El nombre de Robres figura ligado a los más pueros estilos de la jota aragonesa, con cantas que le han dado notoria popularidad, en especial la titulada “esta es la jotica antigua, esta es la jota de Robres”, también llevan merecida fama sus vinos.
Dentro de su historia, son varios los hitos destacados:
Los restos arqueológicos en el Castellazo testifican población estable en el municipio ya en el 500 a.C. Sin embargo, la ubicación actual al abrigo de un pequeño cerro sigue siendo una incógnita. Es posible que el casco urbano surgiese a partir de los restos de una villa (granja) romana reconvertida después en almunia musulmana entre los siglos VIII y XI d.C.
En 1170, el rey Alfonso II otorga Carta de población a Robres, que la confirman posteriormente Pedro II y Jaime I. En 1261, se reconoce la categoría de Villa de realengo y a sus habitantes la condición de libres y vasallos directos del rey.
En 1646, el rey Felipe IV concede el título de Conde de Robres a D. Bernardo Pons de Iturell, futuro abuelo paterno del Gran Conde de Aranda y en 1700 firman en Robres las capitulaciones matrimoniales los padres del Conde de Aranda (1719-1798). Durante este periodo, tiene lugar la singular y atípica transformación de la iglesia parroquial y la construcción aledaña del Granero de las Primicias.
La Guerra de la Independencia data en Robres la embocada traidora sufrida por el general Espoz y Mina que pudo superar y de la que luego tomó venganza.
En el siglo XIX, Robres inicia el cultivo de la vid con una calidad de vino afamada y una amplia ganadería ovina extensiva.
En el siglo XX, la construcción del canal de Monegros triplicó el número de habitantes entre 1924 y 1929 en Robres, llegando casi a las 3.000 personas. Sin embargo, sufrió un importante flujo migratorio en la década de los 50 y después, un constante decrecimiento a partir de 1980.